El olor a pata no deja dormir, aunque me muevan como un bebé terco
después de llorar, la desconcentración de mis sentidos es inevitable, esos pies
debe tener un extracto de los hongos más selváticos que se pueden encontrar de todo Mato Grosso. Los
animales enjaulados comenzaron aparecer, los ronquidos de esos cuerpos
descompuestos por la calor se escuchan a lo lejos, buscan eco en los asientos de adelante, esa melodía es lo único que voy escuchado en todo el viaje al
centro de Latinoamérica. Voy acompañado, mi compañero me recuerda a los puercos encerrados en
los corrales de mi abuela Edelmira, esos cerdos eran inteligentes... Un bus
entre la frontera de Brasil y Bolivia, me tiene encerado matando mosquitos
frente a mi cabeza, por un camino de tierra sacado de una película de narcotraficante.
El vehículo se mueve de lado a lado como un borracho a punto de caer, pero
sigue su camino, mierda…Hemos caído en un hoyo.
Dos hora y media baratos, hasta que un bus se paletio a sacarnos, 400
bolivianos le término cobrando por el favor. Esta a punto de amanecer, el
conductor se quedo raja escuchar una chola fea de 35, quizás quería regalarle un cariñito a primera hora del día.
Creo que gran parte del bus esta caliente y
esta chola representa a todos los ocupantes. Pocos ayudaron a salir del hoyo de
donde callo el vehículo, pero se retoma el viaje.
Junto a los primeros rastro de luz en el paisaje,
comienzan expedir los primeros indicios de que alguien cago en el water y
espero la noche para cometer su delito. Aún no puedo dormir más de una
hora, el viaje de ida nos demoró 24horas, el de regreso esperamos que sean dos
días. En estos momentos es cuando agradezco al último pollo con papas fritas,
plátano y arroz que almorcé en san Ignacio. Nos acostumbrado a alimentarnos a
las 8:30 de la noche para no comer en todo un día.